Pasan días, meses, años, mientras tú, sentado en tu amplio sofá de estabilidad continuas con la ardua y cansina rutina de tu vida sin noción alguna de que no queda tiempo para absolutamente nada, no hay tiempo para reír ni tampoco para escuchar, no te quedan minutos en los que poder sentir el silencio y mucho menos para dedicar a las personas que amas. Pero claro, eres joven no? Qué importa ahora el tiempo!?
Pero un día, el reloj te obliga a pulsar el botón del pause del CD de tu vida empujado por una fuerza mayor, tu padre ha sufrido un infarto.
Alguien te da la noticia mientras tú, ingenua, habías proseguido hasta el momento con la monotonía que ocupa el 60% de tus días, pero en ese preciso instante no consigues ni reconocer el rostro portador de tal golpe en el corazón, lo único que logra inmiscuirse en tu caos interno es tu propia voz que te grita -¡CORRE!- y eso es lo único que quieres hacer, correr, pero no con el fin de escapar, sino con el objetivo de aprovechar hasta el ultimo grano del reloj de arena de esa persona, la cual ha estado allí siempre, sin excepciones.
Gritas, tu mundo se tambalea, y te duele el pecho, pero no es el tórax, tampoco el corazón, es mucho peor, es el alma, la cual frustrada recorre los conocimientos almacenados en tu biblioteca interna buscando una posible solución a tu problema con el tiempo, pero no la hay, el tiempo es algo tan antiguo que es imposible de reciclar, lo magnífico que tiene impide que se repita, porque seamos sinceros, todos y cada uno de los momentos son únicos.
Y entonces una voz se abre camino entre otras, las cuales para ti son murmurios que tratan inútilmente de calmarte, y escuchas con atención esa voz, -por fin algo útil- piensas, es la voz del medico que te avisa con cierta prisa de que tu padre está estable, fuera de peligro. Todas las caras de tu alrededor esbozan sonrisas, pero la tuya no, el puño que antes estaba cerrado oprimiendo tu garganta ahora relaja los músculos y te deja respirar, pero aun así tu cara continua sin un atisbo de felicidad porque te has dado cuenta que durante tus 16 años de vida has estado cometiendo un imperdonable error, has gastado 5840 días, has perdido el tiempo, pero ahora sabes que jamás volverá a ocurrir.
Pero un día, el reloj te obliga a pulsar el botón del pause del CD de tu vida empujado por una fuerza mayor, tu padre ha sufrido un infarto.
Alguien te da la noticia mientras tú, ingenua, habías proseguido hasta el momento con la monotonía que ocupa el 60% de tus días, pero en ese preciso instante no consigues ni reconocer el rostro portador de tal golpe en el corazón, lo único que logra inmiscuirse en tu caos interno es tu propia voz que te grita -¡CORRE!- y eso es lo único que quieres hacer, correr, pero no con el fin de escapar, sino con el objetivo de aprovechar hasta el ultimo grano del reloj de arena de esa persona, la cual ha estado allí siempre, sin excepciones.
Gritas, tu mundo se tambalea, y te duele el pecho, pero no es el tórax, tampoco el corazón, es mucho peor, es el alma, la cual frustrada recorre los conocimientos almacenados en tu biblioteca interna buscando una posible solución a tu problema con el tiempo, pero no la hay, el tiempo es algo tan antiguo que es imposible de reciclar, lo magnífico que tiene impide que se repita, porque seamos sinceros, todos y cada uno de los momentos son únicos.
Y entonces una voz se abre camino entre otras, las cuales para ti son murmurios que tratan inútilmente de calmarte, y escuchas con atención esa voz, -por fin algo útil- piensas, es la voz del medico que te avisa con cierta prisa de que tu padre está estable, fuera de peligro. Todas las caras de tu alrededor esbozan sonrisas, pero la tuya no, el puño que antes estaba cerrado oprimiendo tu garganta ahora relaja los músculos y te deja respirar, pero aun así tu cara continua sin un atisbo de felicidad porque te has dado cuenta que durante tus 16 años de vida has estado cometiendo un imperdonable error, has gastado 5840 días, has perdido el tiempo, pero ahora sabes que jamás volverá a ocurrir.
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