Dicen que hay momentos en los que uno se siente solo, y ese sentimiento era desconocido para mí hasta hace una estación, y ayer reincidí. Hundida en el sofá de mi salón pude atisbar, con dificultad persistente, el cielo. Al tiempo que nubes, pájaros de hierro y animales alados se reflejaban a través del ventanal, yo me sentí sola... Vi que mis amigos no estaban, mi familia tampoco , y él menos; la música tampoco me acompañaba y por no estar, allí no me hallaba ni yo misma. Todo lo que pasó por mi mente a lo largo de esas horas se podría denominar intrínseco e inflamable, todo aquello no era más que el agobio, supongo, de un momento de estrés, pero durante esa jornada no deje nada por replantear, inclusive me cuestioné volver a los viejos hábitos los cuales habían sido portadores de mi huracán Katrina personal... Ayer fue un día complicado, repleto de recuerdos acompañados de remordimientos por no haber hecho un uso productivo del tiempo que me había ofrecido la vida... Momentos difíciles, acontecimientos rudos, de complicada digestión, puñales... Tras conseguir que mi cabeza cesase de maquinar, devolví mi mirada al amplio ventanal, donde pude observar el movimiento del mundo arrollado por la brisa proveniente del Atlántico... realmente jamas me había parado a pensar en lo sencillo que es perder el tiempo, lo complicado que es aprovecharlo y lo imposible que es recuperarlo.
A mis 17 años de edad ya estoy cansada, harta de ver como la gente infravalora los pequeños grandes momentos del día a día, los pequeños grandes tesoros de la vida. Las personas están tan cegadas que no consiguen ver la magnificencia en los detalles del mundo, la luz de la luna, los ritmos que generan los pasos de la gente por los adoquines, los guiños de complicidad entre familiares y amigos, las miradas carentes de tapujos entre enamorados (o lo que yo llamo compañeros de alma)... La vida esconde grandiosos aunque simples tesoros que, al contrario de lo que la sociedad actual tiende a pensar, no residen en lo material. Yo, personalmente, concibo como tesoros los abrazos de mi abuelo, las canciones libanesas de mi abuela, los consejos de mi hermana, la sonrisa de mi madre, las palabras de mi padre, los ojos de mi Peter Pan personal, las risas de mis amigos, la euforia que nace en mí durante un día de lluvia... regalos del karma que nos llevan a ver la vida de una forma diferente, siempre y cuando nos demos cuenta de que allí están, esperando a que veamos que los bosques no son más que bibliotecas sin ser escritas, que el aleteo de las alas de una mariposa puede causar un Tsunami al otro lado del mundo.
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